“Yo creo en el fondo que el poema me piensa”.
Gabriel Jiménez Emán
En
Gabriel Jiménez Emán se conjugan el escritor de cuentos breves y fugaces, el
novelista, el ensayista y el poeta (amén del cinéfilo confeso) con un
equilibrado talento. Es admirable su indiscutible ritmo de trabajo con la
escritura, su incansable espíritu artístico por la literatura en sus roles de
editor, director de revistas e investigador. Su libro de poemas Solárium
y otros poemas (Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello,
2015) abre paso de nuevo al poeta.
“Cuando
escribo nunca miento. Sólo soy palabra, tiempo, espacio, pronombres, ritmo,
donde yace y se expresa mi experiencia, mi yo, mi memoria y mi deseo, mi
tradición…” Estas palabras del poeta W. H. Auden le calzan a la perfección a
Gabriel Jiménez Emán, quien ha realizado su trabajo literario desde la
honestidad y ese batallar constante de artesano con las palabras.
Como
poeta Gabriel Jiménez Emán opta, desde mi óptica pendenciera, por la lírica a
rajatabla, por esa poesía sin argot en las pupilas, por ese estilo del poema en
prosa que se nutre de la feroz tradición poética de los grupos literarios
nacionales con el desmadre del vanguardismo/surrealismo y esa sobredosis de
rockola; infaltable el corazón a sus aires, paseándose a gritos por los bares,
con las venas inyectadas de nocturnidad, hasta caer de bruces en ese amanecer
de luz matinal y asfalto. Luego con ese bagaje de tuteo con la vida sentarse a
escribirlo todo con un desparpajo de metáfora y navaja (sin desperdiciar el
lirismo bufo de la calle ni de los libros leídos en la trinchera de la resaca),
hasta llegar a ese hueso luminoso del poema; de ese poema-pez, peculiar animal
anfibio entre el cuento y el sueño desbordado en el que cabe el universo, pero
donde sobre todo cabe la literatura desde el trabajo metalúrgico con el lenguaje,
de esa brega punzante con las palabras de siempre, trabajadas con esa obstinada
carpintería de la sensibilidad para sacarle algunas chispas y así aguarle la
fiesta a la oscuridad, a las sombras que a veces llegan como fantasmas en el
luto de cretona del silencio.
El
poeta norteamericano Charles Simic en una entrevista dijo: “La poesía tiene que
estar cerca de la gente, y en este país eso lo logró gente como Ginsberg,
Ferlinghetti, Corso y compañía. La gente llevaba libros de los beats en el
bolsillo trasero del pantalón. Iban a los recitales, que eran casi conciertos,
tan cerca estaba la poesía de la música. Recuerdo que los locales del Village
donde tenían lugar esos encuentros en los años sesenta estaban atestados. En
uno de los primeros recitales a los que asistí, un tipo se subió a una mesa de
un salto y se puso a blasfemar. Parece una anécdota superficial, pero la poesía
auténtica hace reaccionar a la gente”. En tal sentido la poesía de Jiménez Emán
está cerca de la gente, su lenguaje es fluido, pujante de color y sin tretas
retóricas logra que el lector se identifique/traspapele con sus visiones
líricas:
I
el
ojo arroja sus garfios
a
la tela del día
el
rostro deletrea las sílabas
de
la plaza
mientras
los pies asaltan
la
calle de los nervios
al
atardecer las dalias
se
hinchan
en
el temblor del pecho
mientras
el cielo caza nubes
para
el hambre de espíritu
(Fragmento del poema Soledumbre)
En
ocasiones los libros surgen de esa escritura aleatoria que se va acumulando en
gavetas, y otros sitios menos conspicuos, donde el escritor consuma sus
descuidos y hallazgos con la escritura. El libro Solárium y otros poemas, como
lo ha expuesto el poeta en una advertencia preliminar, surgió un poco así y no
responde a una temática unitaria o como él lo aclara: “No poseen una unidad
temática ni de estilo. Viéndolos desde afuera, debo decir que no competen a un
ejercicio intelectual, sino más bien a un ejercicio de la exaltación familiar o
amorosa, al sentimiento filial, de la amistad y de los asombros cotidianos que
se originan ante la contemplación de un jardín, un patio, un perro fiel, un
atardecer en el mar, un paseo con la mujer amada, el nacimiento de un nieto, el
cumpleaños de la madre. Pertenecen casi todos al ámbito íntimo y del sentir
individual. Otros van dirigidos a la solidaridad humana con los oprimidos, el
apego a la patria, a la reconstrucción memoriosa de la infancia o a los
momentos álgidos de la soledad o la nostalgia existencial,…”
Los
poemas de este libro se pasean por una intimidad sin escabrosidades. Es un
recuento de lo luminoso a través de un lenguaje poético desprovisto de
pomposidad y pleno de franqueza y finos detalles. Es un poemario que mira hacia
dentro desde lo externo, desde esa cotidianidad que pulsa y evoca. Por supuesto
el poeta revisa su microcosmos personal sin perder de vista el mundo y sus
puntuales coyunturas que de alguna manera también le sirven de acicate para
escribir.
En
lo personal me gustan de este libro Solárium y otros poemas, los textos
poéticos que mezclan narración, lirismos, memoria, sueños e imágenes
inusitadas:
Desciendo
por la escalera del sueño que me conduce a una plaza; en la plaza cruzan de una
esquina a otras mujeres desnudas paseando bebés en carritos; en la plaza hay
bocas de metro y desciendo por las escaleras mecánicas de una de las bocas
hasta una taquilla atendida por un hombre calvo y obeso que, en vez de
entregarnos un tique a los pasajeros, nos da una verde hoja de parra; yo
atravieso las barras y bajo por una nueva escalera hacia los vagones que se deslizan
silenciosamente sobre los rieles aceitados. Al detenerse estos, los pasajeros
se dirigen en masa a tomarlos; algunos tropiezan y otros caen en los rieles y
quedan electrocutados o descuartizados por las ruedas, pero en vez de salir
sangre o carnes destrozadas, de sus cuerpos salen trozos de telas estampadas y
algodones blancos; algunos niños recogen las sedosas cabezas degolladas y
terminan de sacarle el relleno de tela e introducen sus manos en el interior y
las usan como títeres para asustar a cucarachas anaranjadas que andan por el
piso tratando de meterse en las grietas de las esquinas…
(Fragmento
del poema Sueño del ojo azul)
En
este contexto/estilo dos poemas sin desperdicio de este Solárium son: Misiva
a Osuna y Sustancias de la noche. En el primero hace un recuento de la
amistad y la poesía, en el segundo confirma su talento para narrar universos
oníricos con agilidad de imágenes y un torrente metafórico de gran belleza y
maestría.
Una
característica en el trabajo poético de Gabriel Jiménez Emán es ese esplendido
tino para crear imágenes inusitadas, metáforas de una riqueza creativa sin
igual. Jorge Luis Borges en una conferencia sobre la metáfora aseguraba que
están no eran muchas y que con algunos pocos modelos se podrían escribir otras
nuevas, pero sólo serían juegos arbitrarios, combinaciones azarosas o como
Borges lo escribió: “Si yo fuera un pensador atrevido (pero no lo soy; soy un
pensador muy tímido, y voy avanzando a tientas), diría que sólo existe una
docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son juegos
arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las ‘diez mil cosas’
de la definición china sólo podemos encontrar doce afinidades esenciales.
Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades que son meramente
asombrosas, y el asombro apenas dura un instante”. Quizá el asombro sea
efímero, pero la metáfora fluye en el tiempo (o sin tiempo) despertando
inquietudes en ese lector atento que nunca falta. En lo personal me gusta la
metáfora que me asombra, que juegue con mis sentidos y el intelecto, que hace
de la belleza un hecho insólito e irrepetible.
Comparto
esa idea del poeta Ramón Palomares que los distintos libros de poemas
publicados por Gabriel Jiménez Emán son algo así como un viaje lúdico que intenta
sobrepasar las fronteras del género dándole cabida, casi estridencial, a sus
experiencias vitales no por casualidad Palomares escribe: “(…)su sentido
vivencial expresado con autenticidad y revisión profunda del ser, con elevada
imaginación y el sentido de exceso y humor, como si muchas veces su actitud
apuntara en una perspectiva rabelesiana, con su desbordante sensualidad a punto
de estallido y su deseo de abarcarlo todo para asir la vida, ser ella,
aferrarse a ella en cada experiencia y cada sueño y magnificar así ese apetito,
esa ansiedad por exprimir en todo lo posible el breve tiempo de existir,…”
Este
Solárium
de Gabriel Jiménez Emán es un buen lugar para tomarle el pulso a esa vibración
luminosa de una poética expansiva, de esa pulsación existencial como un
torrente luminoso de amistad, amor y solidaridad ese abecedario imprescindible
para vivir/ser desde lo poético o desde ese momento en cual el poema nos
piensa, nos nutre de esa belleza luminosa que algunos llaman gran literatura.
A
Emil Cioran le horrorizaba la perfección poética, le resultaba un crimen contra
la poesía la actividad lírica como cálculo, como tentativa de estudio y
escritorio. Para el filósofo rumano la poesía era un gesto inacabado, una
explosión caótica y no una geometría cargante de adjetivos trabajados como
diamantes. En la poesía de Jiménez Emán existe un poco de ese furor de lo
inacabado, de esas estampidas de la imaginación sin correcciones de fondo, lo
que no quita que su propuesta poética tenga esa naturalidad genial y quisquillosa.
La poesía como un hecho sonoro (similar a la vida) con ese ritmo imperfecto,
aleatorio, fecundo sin concesiones por la belleza a través de las palabras.
(*) Carlos Yusti es
escritor y pintor venezolano (Valencia, 1959). Cofundador del grupo literario
Los Animales Krakers y de la revista Zikeh. Dirige en la web la página
Arteliteral. Su última exposición conceptual es la revista ensamblada La Tapa del Frasco (2015). Ha publicado
los libros Pocaterra y su mundo (1991), Vírgenes necias (1994), De ciertos peces voladores (1997), Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas
del universo literario (2007), Para
evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (2007) y Poéticas del ojo (2012).