Prefacio del libro "Los versos de la silla rota"
Esa pregunta cotidiana es la que provoca la preocupación y el sentido alucinante que contiene esa realidad. Es decir, la desgarradora sensación de una naturaleza que parece haber perdido el esplendor que debería justificar ese bienestar de la vida. Despejar las sombras y crear una visión que ayude a encontrar una respuesta para expresar un sentimiento más diáfano del mundo: la luz está enferma esta tarde / está dolida consigo misma de tanto alumbrar (“Requiebros de la luz (5)”. La sensación que provoca el poema va presidida de esa mirada que sitúa al lector frente al antagonismo de un mundo complejo y alucinante. Un mundo que exhibe los contrastes que hallamos en estas composiciones y enfatiza, ya sea por las imágenes o el léxico, la estructura que las contiene. Todos estos elementos, vistos en conjunto, fundan el andamiaje por el que transitan quienes busquen sentir las razones de esta poesía. Y asimismo los temas que arrojan luz sobre un hablante que tendrá más de una ocasión para decirnos las experiencias de esa sensación personal que lo agobia:
En Los versos
de la silla rota, de Gabriel Jiménez Emán, existen distintos grados de
percepción de la realidad. Algunos poemas están animados por una visión
personal de la vida, otros por las condiciones del entorno, y aun otros por el
extrañamiento e intensidad de las cosas que rodean al poeta. La imagen la silla rota une al contenido del libro la
trascendental realidad de ese simbolismo ([1]) que nos ofrece una ocasión para
entrar a una visión de mundo que se intensifica en la palabra estableciendo un
puente entre un poema y otro, generando así la marcada tensión que los une. A
través de los textos se crea un sentido de correspondencias que enmarcan las
acciones y lo que siente el hablante poético al poner en perspectiva esa
realidad en la que indaga el sentido de la vida.
El sujeto hablante de este libro no se deja engañar por los sentidos, ni
por un mundo que se transforma ante sus ojos para adquirir otra realidad en el
lenguaje. Esto es lo que ocurre en gran parte de estos poemas. Un yo lírico en
confrontación con todo aquello que entra en su vida influenciando su percepción
de la realidad, haciéndola ilusoria y traspasándola de otra dinámica. Esto para
reconocerse a sí mismo dentro de las situaciones que marcan su visión de mundo:
mi verdadero oficio ha sido / el de tachador / el de
machacador de palabras (“Tachadura”, 21), dice en este texto. De
modo que las experiencias que impactan el cuerpo y el espíritu serán también
una respuesta hacia las cosas que hieren su sensibilidad. Por eso, lo que
atenta contra su ser no podrá vencer nunca la vocación de su destino literario.
Esto nos lo dirá el mismo poeta en el texto “Desagües del ser (1)” [2] para llamar la atención de la
situación vital en la que se mueve y en la que se desarrolla su visión de
mundo:
ahí va
otra vez el ser en su desagüe
en la
mañana rota por la noche
que le
abrió las sienes en nombre de tu amor
y del mío
que de todo comen
en la mañana de retardos
magníficos
para el
alma saludables pues en ellos
va mi
corazón enmudecido
a darse
contra las paredes y salta alborozado
mientras
el ser sigue fluyendo sigue hacia la nada
de donde
jamás debió salir
Ese ser interior será el que genere el sentimiento de las cosas que lo
afligen, de manera que todo aquí reflejará la emoción del yo en la percepción
de esa realidad material de un mundo en el que ya nada parece sostener la
existencia. Le corresponde pues a la poesía trazar un nuevo horizonte sobre esa
realidad movediza que se presenta ante los ojos del poeta. Por eso se aferrará
a la palabra para encontrar una vía esperanzadora en las múltiples percepciones
de esa realidad. Lo que late angustiosamente en el ser
dejará sobre la superficie del lenguaje una visión profunda de las
preocupaciones de la vida, y la secreta agonía que la sostiene en el fluir del
tiempo: “este día me ha dejado todo sucio / me ha dejado
empapado de humo negro / con un sudor espeso que viene / de otro mundo”
(2). Esa realidad creará la visión de extrañeza y soledad en un lenguaje que en
ocasiones romperá con el sentido mismo de las palabras y con la imagen que
busca describir esos instantes de conmovedora situación:
(…)
quiero treparme a ese
árbol y lanzarme al mar
caer de cabeza en el océano violento
y nadar por las aguas coralinas
trabar amistad con las ballenas
y vivir dentro dellas
como en una casa que me saque de una vez por todas
de esta pregunta cotidiana
sin respuesta posible
“Azotes en las sienes (3)”
Esa pregunta cotidiana es la que provoca la preocupación y el sentido alucinante que contiene esa realidad. Es decir, la desgarradora sensación de una naturaleza que parece haber perdido el esplendor que debería justificar ese bienestar de la vida. Despejar las sombras y crear una visión que ayude a encontrar una respuesta para expresar un sentimiento más diáfano del mundo: la luz está enferma esta tarde / está dolida consigo misma de tanto alumbrar (“Requiebros de la luz (5)”. La sensación que provoca el poema va presidida de esa mirada que sitúa al lector frente al antagonismo de un mundo complejo y alucinante. Un mundo que exhibe los contrastes que hallamos en estas composiciones y enfatiza, ya sea por las imágenes o el léxico, la estructura que las contiene. Todos estos elementos, vistos en conjunto, fundan el andamiaje por el que transitan quienes busquen sentir las razones de esta poesía. Y asimismo los temas que arrojan luz sobre un hablante que tendrá más de una ocasión para decirnos las experiencias de esa sensación personal que lo agobia:
me
puse a escribir y no tenía
nada
que decir
ni
ideas ni sentimientos ni presentimientos
ni siquiera un
lenguaje
una
mísera palabra para remendar la realidad
no
tenía una letra afuera ni adentro
una gramática sin horma una sintaxis sorda
un
vocabulario recogido de los basureros
no
tenía ni siquiera una mosca en el sueño
el lápiz tenía la punta afilada
el
pobre apenas trazaba líneas sinuosas
semejantes a curvas mortales de carretera
no
tenía tan siquiera
un
perdonador de tachaduras
un
machacador de vocablos
una
gota de tinta para mis signos pétreos
“Escrito sin fondo (11)”
La escena del poema sugiere mucho más de lo que presenta. Hay, por lo tanto,
que imaginar que ese no tener nada que decir
es solamente un subterfugio, una impresión dubitativa en el poema. Siempre hay
algo que decir, y siempre algo sucede, aunque no hagamos exactamente lo que
tenemos que hacer. Todo está ahí ante nuestros ojos pues no podemos detener el
tiempo, ni substraernos de las cosas que se manifiestan en la hondura de
nuestro ser. El poeta sabe que todo a su alrededor está hablándole con las mil
voces que se funden en el poema mostrándole su realidad, y la conciencia de un
mundo cuyo implacable dramatismo violenta el diario vivir. Y a pesar de la dura realidad, hallará en la
naturaleza de las cosas que lo rodean una nítida comprensión que se corresponde
con el ambiente en que se mueve y en el que él mismo se reconoce. Es decir, en
los elementos que sostienen su mundo y se convierten al pasar el tiempo en
situaciones que contienen su modo de vivir: mi hamaca y
yo tenemos una amistad sincera / me tiendo en ella y mi panza / se goza de sí
misma (“Bostezo blanco (12)”, expresa en estos versos. Y más
adelante, en “Hojillas vencidas (13)”: …qué culpa tenéis
vosotras hojillas vencidas / de existir en mi piel / de sobrepasar mis poros
quebrados / de tanto vivir. Y podríamos añadir este otro título,
“Diálogo con mi pie derecho (17)”, donde ya se quiebra el sentido lógico de la
expresión para inventar otras situaciones irónicas y sorprendentes: mi pie derecho se puso tan simpático / como un comediante
barroco / se puso encantador como un mago… Ciertamente se replantean
en el poema situaciones que desconocemos y experiencias que adquieren aquí un
nuevo colorido y dramatismo. Sabemos, sin embargo que el ambiente y los motivos
de los textos reflejarán esa recurrente realidad que lleva al poeta a examinar
el sentido de la escritura, y los sentimientos que la representan o
justifican:
mi
verdadero oficio ha sido
el
de tachador
el
de machacador
de palabras
el
de
triturador de vocablos
implacable para sacarle el jugo
al sentido
de
no ser así las palabras me asfixiarían
o
me llevarían a una claridad
cegadora
“Tachadura (21)”
El poeta nos quiere hacer entender las dificultades y penurias de
quienes trabajan la poesía; de la palabra escurridiza y fugaz, y de la insistencia
de esa imagen que antes de configurarse en la página acaba consumiéndolo y
llevándolo a un paisaje ignorado. Y es seguro que esa claridad
cegadora tiene que ver con una connotación totalmente ajena al
sentido que usualmente le damos a este término, pues la sensación de claridad
que invade al poeta no es otra cosa que la revelación misma de la poesía en el
estremecimiento que impacta la frágil estructura del poema. Esto, en cierto
modo, es lo que ocurre en “Tachadura” cuando el poeta evoca el sentido de esa
escritura que cerca su vida. Una escritura que le presenta la complejidad del
mundo y a la vez le ofrece un modo de exorcizarla. Y esto lo advertimos en la
continuidad del imaginario que va mostrándonos momentos sombríos de una visión
áspera de la existencia: a veces cuando sufro frío / me
arropo con la nada / para equilibrar la tendencia a pensar… (“Arropado
con la nada” 24). Y aunque no haya ningún asomo de alegría en estos versos, por
lo menos algo se sugiere como una “forma de promesa” en el poema 26. Pero como
hemos señalado, muchos de estos textos están impregnados de una sombría
realidad, como observamos otra vez en el poema “Sombras hendidas” 30: al final las sombras se lo comen todo / se tragan la luz
vomitan el aire. Este sentimiento apuntará también hacia una visión
que potencia una mayor inquietud de aquello que en nuestro transitar por la
vida desconocemos. Ese misterio inefable que se corresponde con la poesía
convirtiéndola a su vez en una búsqueda del sentido de ese estar
en el mundo. Así parece advertirlo el poeta en el poema 34:
demás está decir
que
si has de nacer
para morir
eso te convierte
en
la paradoja más pura
“Paradoja mía (34)”
Lo que ejemplifican estos versos no es solamente esa doliente realidad
que alterna con las vivencias y paradojas de la vida. Son aquí otras
situaciones las que impactan y obsesionan al poeta dejando un sentido abrasador
en su mirada. Y no hay duda de que Los versos de la
silla rota son productos de esa inquietud que devasta el alma frente
a la insinuación de esas “obligaciones filosóficas” que lo llevan a
cuestionarse el sentido de la poesía y el valor de la escritura (“Dedo hecho
trizas” 35). Cuestionamiento que lo conducirá también a identificarse con la
temporalidad y la incertidumbre del ser en la
intensidad de los siguientes versos: casi todo está
metido de cabezas / en el charco del azar / lo inesperado forma parte de la
fibra misma / de lo humano (“Tal vez quizás” 40). Y ciertamente esta
actitud lo obligará a detenerse en cada momento de la vida como si la realidad
misma de ese vivir fuera una continua lucha
con cada uno de sus pensamientos. Así nos lo volverá a advertir en el poema
mencionado:
(…)
no
hay leyes en el existir de los afectos
ni
pautas en el cuerpo de los sentires
los verbos concluyentes quedan
aplastados
por el hielo del pensamiento
y
luego gotean lentamente
en
el tal vez quizás
Sin embargo, ante esta sensación de abatimiento, los poemas “Serenata
adolescencia” y “Niñez de luz” reproducen una visión más alentadora del
entorno. Y la exaltación de una adolescencia impregnada de otras influencias y
emociones. De modo que lo que vamos a encontrar en estas composiciones no será
ya el sentimiento agobiante de ese presente arrollador, sino la visión de quien
mira desde la altura del tiempo para rescatar una emoción que contrarresta el
dolor. Así lo expresará en los primeros versos del poema (41): mi memoria ataja como guante de béisbol / a la adolescencia de
canciones baladas trovas jazz rock / milongas tangos rancheras boleros sones
valses / todas músicas exaltadas que comen sentimientos dulcemente…”
Todos estos ritmos y estilos de música resaltarán el sentimiento espiritual de
aquella dulce juventud frente a la dura realidad de la vida:
así se me fue la juventud
como una tecla
graciosa
de
balcón en balcón de patio en patio
hasta que la alegría toda se disolvió
en la gran noche
de
la adultez
Otra gratificante visión partirá
también de esa memoria que retiene lo mejor de aquella niñez vivida al contacto
con la naturaleza. En “Niñez de luz” (42) todo el hallazgo y esplendor poéticos
pondrán al descubierto la riqueza espiritual de aquel tiempo inolvidable que
como una llama impregna la vida de profundos matices. Una lectura total del
poema nos señalará la hondura y experiencia emocional que refiere el lenguaje.
Y la razón de esa luz no será un motivo
accidental en el poema, sino que producirá un conocimiento mayor del paisaje y
una conciencia más humana de las cosas sencillas y cotidianas que transforman
la vida. Una luz que también significa una forma de sentir aquella primera
visión de mundo traspasada ahora por el duro escepticismo que entra en la
mirada cristalizando otro sentido del mundo.
Esta visión de la niñez proyecta aquel pasado lleno de ricas y profundas
experiencias: la infancia vivida al ritmo de un ambiente de juegos y canciones,
y la grata libertad fundida en la leve alegría del momento. Todo arraigado
intensamente a esa emoción que llega y refuerza la vida llenándola de aquel
ímpetu infantil disuelto ya en esos “territorios ignotos” que sugiere el poema
(42): de todos ellos guardo una glamorosa cicatriz, dice
el poeta. Y ciertamente el sentido que resalta “Niñez de luz” designa ese
estado feliz en el que se funda la infancia antes de tomar otro rumbo o de
asomarse a horizontes más inquietantes o dolorosos para el espíritu. Como, por
ejemplo, el que sugiere el lenguaje en la estructura de “Ten cuidado paisaje”
(43), o el que responde al texto “Borde pánico” (44), donde enfrentamos el tema
existencial que asoma aquí mucho más directo que en los anteriores poemas,
aunque en el fondo todas estas composiciones estén impregnadas, en mayor o
menor grado, de una visión existencial de la vida. Y, pienso que tal vez sean
éstas las situaciones que hacen tan expresivas las realidades que contiene el
sentido humano de este libro. Por eso la lucha intelectual y doliente que trata
de borrar toda evidencia de esperanza encontrará en estos versos a un poeta que
se resiste a aceptar la realidad tal como la siente.
Por esta razón responde a la vida misma con el mensaje crudo y rotundo
de sus versos. Y hablará sin dejarse aprisionar por las circunstancias o por lo
que piensen los demás, como lo sugiere en la efusiva despedida de estas
palabras: señores míos / pacientes lectores / testarudos
camaradas / amigos ilusos / llegó el momento / de decirles / adiós (47).
Los versos de la silla rota reflejan
la visión de un mundo árido y complejo que exige un modo de comprensión que
haga más sensible y auténtica la realidad de los tiempos que nos ha tocado
vivir, una mirada que triunfe sobre la angustia y la soledad.
Nueva
York, Invierno, 2017
[1] Broken Chair en la plaza de las Naciones, en
Ginebra. La portada es una foto de la obra del artista suizo Daniel Berset,
realizada por el carpintero Louis Genève. La silla gigante con la pata rota
simboliza el rechazo de las minas antipersonales y de las bombas de racimo, y
la llamada de la sociedad civil a los jefes de Estado que visitan Ginebra.
(Wikipedia).
[2] Todos
los poemas del libro comienzan con letra minúscula. Al lado, cada uno de sus
títulos va señalado con un número entre paréntesis. Dejar sin punto final los
textos parece darle más soltura a la expresión como si los poemas estuviesen
unidos sugiriendo un personalísimo y continúo diálogo.
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