Blog

Con "Proso estos versos", Gabriel me salva en la raya - Por Salvador Garmendia



Me siento a escribir, hoy seis de diciembre, la columna que ustedes deberán leer el domingo 19. Y es que en estos días, un viento de tormenta, no por anunciado menos alevoso, estuvo sacudiendo al país de extremo a extremo, y como sucede en el comienzo de El mago de Oz, las casas fueron arrancadas de sus cimientos y volaron junto con los árboles, que tenían las raíces afuera y las copas todavía llenas de pájaros; sólo que no despertamos en el país de Oz, sino en las cuatro paredes de nuestro cuarto, preguntándonos, ¿y ahora qué? Sólo que “ahora” es demasiado tarde para reflexionar. No es posible devolver la ruleta después que ha echado a andar. La bolita se detuvo en un punto y ahora sólo queda levantarse de la cama, ir arrastrando las pantuflas hasta el baño y asomar al espejo la cara lagañosa y adormilada. Porque el caso es que se es un escritor y uno se pregunta ¿tiene algo que ver la literatura con todo esto? Noto un ademán de escepticismo, que acrecienta la melancolía impresa en esa cara de recién levantado. La literatura jamás ha tenido nada qué buscar en estas sacudidas que los políticos llaman procesos. La literatura es la loca del pueblo. Forma parte del paisaje urbano, pero sólo como elemento decorativo. Los visitantes la miran con curiosidad. “Esta es nuestra loquita, ¿verdad que es bella? Dicen los vecinos.

Pero el caso es que debo escribir sin más tardanza mi “Ojo de Buey” y admito que no estoy en mi mejor momento. En medio de este vendaval, a ese ojo le ha caído una basura y no hace sino pestañear, aturdido. En esas condiciones, no veo otro recurso que llamar a la inspiración. Sólo que esa facultad no es atributo de columnistas, sino de poetas. Así que debo sentarme delante del papel, cerrar la boca y empujar hacia abajo. ¿Saldrá de mí esa vena milagrosa, conductora del prodigio de la creación?

Como por milagro, la respuesta ha llegado a mis manos en un pequeño libro cuyo sólo título es un canto a la libre inspiración y un manifiesto sobre la inutilidad de los géneros literarios. Hablo de Gabriel Jiménez Emán y su más reciente colección de textos, Proso estos versos. Pero debo advertir que Gabriel, más que mi amigo, es parte de mi familia, con quien he compartido durante largo tiempo techo, mesa y copas llenas; lo que me otorga el privilegio de pasearme por entre los libros que él escribe como si fueran las habitaciones de un apartamento, repartidas entre ruido de hijos, sones de ayer repitiéndose en un tocadiscos y letras impresas que entran por las ventanas y nos hablan como si tal cosa.

En la página 29 de Proso estos versos se encuentra justamente el impulso que en este momento requiero para continuar: “Inspiración”: se trata de uno de esos relatos mínimos, de los que Jiménez Emán es un maestro. Son historias que la poesía transmuta en hechos mágicos, a causa de su extremada sencillez. El autor mismo lo define, un poco más allá, en clave de poema: “Algo se quiebra / en el interior / de las palabras / algo sube por el territorio de la página / para instalarse en lo no dicho / Un algo / un trozo de visión negada / que ya ahíto de llamarse silencio / se devuelve / hacia la raíz.

Pero detengámonos en el relato, en el momento en que la intrusa inspiración acosa a su esquivo anfitrión, resuelta a no dejarse morir en un rincón mientras él bebe vino:

“Me intercepta el paso cuando me dirijo a otro lugar de la casa. No podré deshacerme de ella muy pronto. Para distraerla le propongo un diálogo.
–Tu inoportunidad me alarma. Te creía más elegante.
–Estoy cansada de buscarte –me responde. –Y ahora ni siquiera me dejas estar aquí.
–Quieres hacerme hablar, pero te aseguro que estoy en verdaderas condiciones.
–Ah, ya sé. Quieres hallarme cuando tú lo deseas.¿No te das cuenta? ¡Soy la propia inspiración!
–Sí, me doy cuenta, pero ahora estoy muy cansado.
–Está bien, no te atormentaré, pero déjame estar aquí –me responde.
–De acuerdo.Y bosteza entre los cojines.
Me da pena ver a la madre inspiración tan llena de hastío y con su aureola tan opaca. Y yo estoy tan mareado que me duermo.
Al despertarme ya no está ahí. ¡Se ha ido la inspiración, se ha marchado!
Salgo a la calle y miro a todos lados. Nada. Ni un signo de inspiración.”

También mi columna, por fin, ha acabado.

© Gabriel Jiménez Emán, 2019 | Edición y montaje: Ennio Tucci | Diseño base: Templateism (© 2014)

Con la tecnología de Blogger.