Conocí
a Gabriel Jiménez Emán en una casa antigua de Carora. Una casa de altas paredes
y grandes boquetes. Una casa antigua pintada de color mostaza o quizás
recubierta de un soliviantado color naranja. Esa casa me recordó las casas
marroquíes perfumadas de canela, mirra y aceites, descritas con fascinación por
Elías Canetti. Esas casas también las vemos distraídamente en esas revistas
solariegas que nos llegan de España. No recuerdo si la casa pertenecía al papá
de Luis Alberto Crespo o a la familia del músico Alirio Díaz, quien por cierto
fue homenajeado en aquella cálida noche, entre cocuy y poesía. Para sorpresa de
los invitados, el maestro Alirio colmó la estancia de una música
indescriptible. Recuerdo que perseguí a Gabriel por toda la casa, obsequiaba a
sus amigos y poetas el libro Aldea sumergida del poeta Elisio Jiménez Sierra, y
por supuesto, yo quería uno para mí. Después de entregarme el último libro que
le quedaba en las manos, lo vi adentrarse en uno de los espacios laberínticos
de la casa, y se perdió con los últimos colores de la tarde.
Tiempo
después me encontré con Gabriel, a propósito de una Feria del Libro, en el
Hotel Alba. En uno de los pasillos le regalé un librito mío que recién había
publicado el perro y la rana, Escritos desde el monasterio. De ahí en adelante,
encuentros fortuitos, conversaciones inesperadas y sobre todo el placer y el
asombro de leer sus libros. Por cierto, caminando por el boulevard de Sabana
Grande, entré a una librería y descubrí una novela de Gabriel, Mercurial, Finalista
del Premio “Miguel Otero Silva” 1994. Y cosas del destino, —como nos sugiere el
gran escritor húngaro Sándor Márai— comenzaron a aparecer los libros de
Gabriel: Los Dientes de Raquel, Relatos de otro mundo, los 1001 un cuento de
una línea, Diálogos con la página, El hombre de los pies perdidos, el Contraescritor,
Averno, Balada del bohemio místico y recientemente Gabriel Jiménez Emán. Literatura
y Existencia, un libro que recoge trabajos críticos sobre su obra
narrativa, poética y ensayística. Además de cartas cruzadas, entrevistas y una
muestra fotográfica de Gabriel acompañado de escritores, familiares y amigos.
Ha
llegado entonces el momento de dar pleno sentido a la noción del doble en la
poesía de Gabriel Jiménez Emán. Esta noción no va en el sentido existencial de
Ludovico Silva, ni comprende el carácter de la otredad dado por el poeta
Gustavo Pereira: en el fondo la noción que yo intento delinear en estas páginas
está implícita en los significados de aquellas
dos vertientes de indudable copasionalidad, y sin embargo se bifurcan en la
autoevidencia y en la mutua implicancia de sus sentidos. Por definición el
doble es la duplicidad de ser aquí o allá del escritor que encuentra una manera
de distorsionar las cosas y las relaciones que se establecen entre ellas. Esta
también es, podría decir, la experiencia de Gabriel Jiménez Emán en su
literatura, desde la poesía pasando por la novela y el microrrelato. Su mundo
onírico se halla profundamente atravesado por esa doble vertiente, este mundo y
aquel otro creado en el rastreo de las pistas que lo llevan a borrar las
fronteras entre la realidad y la ficción. Aprendimos de los románticos
alemanes, —Novalis y Hoffman— la
presencia inexorable del doble. El doble está asociado al sueño y a la muerte.
Recuerdo haber leído una expresión que bien pudiera acercarse a esa zona lúdica
de la escritura de Gabriel: quien ve su doble ve su muerte. Así comienza su
Narración del doble con un poema sobre el vivir la muerte. Y esto nos parece el
desasosiego de la poesía de Gabriel, que entiende algo repentino y fugaz, algo
que podría ser comparado a un viaje hacia sí mismo en profunda soledad donde
habita la Nada contenida en su propia vida.
De
los poemas recogidos en la antología de Gabriel Jiménez Emán 1973-2006, titulada Balada
del bohemio místico, publicada por Monte Ávila Editores, 2009, vamos a
seguir —a lo largo de los poemas contenidos en Narración del doble, poemas en
prosa (1973-1978), en Proso estos Versos (1998), en
especial la parte subtitulada Dibujos en el espejo, y en algunos poemas de sus
otros libros— esos trazos efímeros en las enigmáticas figuras de lo que existe
y de sus asombrosas urdimbres con el mundo invisible. Novalis escribió, con
notable clarividencia, a la emperatriz rusa: “Todos nosotros habitamos
visiblemente un mundo que se nos muestra invisible”. Este mundo invisible lo
devela Gabriel Jiménez Emán con su escritura, en la cual otorga el afincamiento
de una certeza cubriente y de una verdad laberíntica e intersticial, desplegada
en la lógica del sueño o en una escritura paralógica como le gustaba decir a
Ludovico Silva. Porque la poesía de Gabriel reconoce la fecundidad, la ironía y
la paradoja de lo inconcluso, de lo que mantiene lejos la memoria, de lo que se
cierra, ya que los sueños son las parábolas que anuncian el material
inconsciente del poeta.
El
interés de Gabriel por todo tipo de experiencias del cuerpo y por la producción
de nuevos sentidos en la expresión poética compensa su hostilidad hacia la
instrumentalización de la realidad. En razón de esto hace elogio del sueño u
órgano de comunicación, y de esa inversión de lo real —que también percibimos
en su narrativa— entreteje sus historias, historias hechas de hilos tensos
entre las potencias oníricas y las fuerzas que descolocan el material concreto
de las cosas. No hay doble sin experiencia onírica, sin la consecuente
traducción de esa invención que se vuelve consciente en el proceso de la
escritura de Gabriel. Y no hay invención sin la capacidad de recrear los sueños
y hacer de ellos, los contornos borrosos del presente que dibujan el trazo del
mañana. Nos encontramos en la poesía de Gabriel frente a una consciencia que
actualiza los sueños, el momento de una interpretación del material soñado, de
esa empresa restauradora y no del todo feliz, de convencerse de aquello por lo
cual se llega a ser médium de ese doble que maneja a su antojo la claridad
intuitiva, los recuerdos, el dolor, la infancia, el cuerpo, la mujer, la duda,
el amor y la muerte. El estado del poeta en su condición de doble es la de
soñar en estado de vigilia. El doble también es una visión, son aquellos sueños
simpáticos de los que nos habla Schopenhauer, sueños que se comunican in distans, y que nacen “gracias a un
efecto mágico de la voluntad de aquel de quien emana sobre otro”… Es lo que
Gabriel describe al final de su poema, “Llueve, siempre llueve a esta hora”:
“Llegó mi amigo abriéndome los brazos. Me pareció que andaba muy extraño, pero
viéndolo bien era yo mismo”. Como también en el poema “El hijo de las letrinas”:
“Esto ocurría con bastante frecuencia, y en muchas oportunidades llegué a
sentir (nunca a pensar) que era él quien existía realmente, que yo sólo era un
pretexto para que él pudiera manifestarse”. Para trenzar este juego del doble,
recuerdo una frase de Marco Aurelio, no del todo fidedigna: la mano que escribe
no es mi mano, es otra quien traza mi destino.
Cuando
leí la aclaratoria escrita por Gabriel al inicio de Narración del doble, me
concentré en un comentario que hiciera Ludovico sobre la poesía de Gabriel,
reflexión que ya había leído en su artículo: “El doble de Ludovico”. Ludovico
distinguía en la escritura de Gabriel el pensamiento poético del pensamiento
discursivo. Por esos extraños sistemas de concordancias que empleaban los
escolásticos, mucho antes había reflexionado sobre la posibilidad de pensar el
discurso de Gabriel desde la invención poética, ésta es la facultad intermedia
entre el sentir y el pensar. La invención poética para llegar a ser la
experiencia creativa del soñante obtiene de la imaginación su fruto más jugoso.
Entendida aquí la imaginación en el sentido de una filosofía de lo imaginario
vinculada a un punto de partida subjetivo, es decir, a un pensar de las
reminiscencias y las fantasías.
Ahora
bien, pensada desde la noción del doble, la poesía de Gabriel Jiménez Emán ha
de ser sustraída a las representaciones corrientes que la define como juego de
disfraces y como hechura posmoderna, para ser remitida al ejercicio del pensar,
a su esencia contemplativa y de reflexión. Gabriel ha establecido en Narración
del doble, aunque de manera variable, un límite muy nítido entre el
mundo de las representaciones y la capacidad para inventar esa otra realidad,
en el modo de una deconstrucción de lo onírico y, más fundamentalmente, de la
instalación del doble en su escritura, a partir de la cual poesía y pensamiento
se pertenecen mutuamente. Desde el primer poema de Narración del doble, “la
muerte de vivir” hasta el último “el ojo de la noche”, el pensamiento poético
de Gabriel lleva a cabo de un modo muy marcado lo que podríamos llamar una
distorsión de lo real, una remoción de los fundamentos de lo real. Con la
noción del doble como experiencia límite entre dos mundos encontramos en la
poesía de Gabriel referencias a una simbología personal: el bosque, los
espejos, el paganismo de los dioses, la reinvención de los mitos de la Grecia
clásica, la ingesta del vino y su acceso al conocimiento como en la mística
sufí, la transitoriedad a otros mundos, y las posibilidades de realización de
sentimientos, fantasías y perversiones que se convertirán en un temblor
angustioso.
En
los poemas de Narración del doble hay una reiteración de la angustia, de
ofuscamiento onírico, de nauseas exacerbadas por los juegos de ocultamiento de
la memoria. Una sensación de ahogo traduce el deseo de habitar mundos posibles
entre la serenidad contemplativa y la reflexividad entusiasta, el doble penetra
toda la situación ante el inminente desenlace final, un suicidio frustrado,
como ocurre en el poema “Revólver de antepasados”. “Otro mundo se abría, y el
cielo y el infierno se desgarraban en un aluvión de luces y sombras que
anunciaban la muerte. Una nausea insoportable. Un deseo de irme para siempre
hacia aquellas regiones. Pero mi otro animal me halaba hasta este reino y colocaba
en mis sienes el revólver. Se producía el segundo disparo, y yo abría los ojos,
unos ojos no del todo míos”.
La
escritura de Gabriel es inteligente y lúdica, procede con los mecanismos de la
razón, de los cuales no puede sustraerse, para pensar su propia reflexividad y
su parodia, que puede ser igualmente el cuestionamiento de lo real. Cada uno de
los poemas es una refracción infinita de situaciones y miradas sobre las
historias que el soñante construye. De allí que el soñante, más que distinguir
entre verdad y falsedad, objetiviza el sueño secretamente dirigido por el
imperativo del deseo. Y quien desea transgrede los estrechos límites de la
realidad y puede también tomar sus viajes y proyectar sus fabulaciones en una
dirección en la que no tiene por qué tener en cuenta la eventualidad de una
coincidencia con lo real: en este sentido, es juego, ficción, sueño,
contemplación más o menos voluntaria.
Gabriel
disimula y enmascara la realidad en Narración del doble. No se trata de un
juego onanístico de las representaciones mentales de un fabulador, se trata de
reabsorber las reminiscencias y los juegos de esa lógica del sueño, porque el
doble debe decir lo que construye, sin que nada sea capaz de detener esa
transición de un mundo a otro, de una fantasía frustrada a la suma de la
deformación, sin que ningún indicio pueda reproducir fielmente lo real. El
carácter de esa versión invertida de la realidad, acentuando la importancia del
doble, parece favorecer más el sueño reflexivo que la fidelidad de las reminiscencias.
Más aún que una barrera, es un principio de compensación especular cuya
circularidad establece los vínculos entre la vigilia, la reflexividad de lo
soñado y el doble.
Así
sucede con el poema “Una noche soñé”. La conciencia de esa escritura onírica
parece desplazar los distintos momentos del sueño, la prolongación de sus
sentidos, y ese contenido psíquico desconocido que Gabriel identifica con la
sombra. En el poema se presentan varios sueños de un único proceso onírico, los
sueños cruzan sus huellas y multiplican sus sentidos; el viaje iniciático parte
de la infancia y continua con el desconocimiento de sí, luego se encadena otro
sueño, que embauca al lector, porque no se sabe si el soñante sueña o está
despierto, y aparece otra vez la infancia, el dolor, el sueño profundo, y otro
sueño, y finalmente el poeta reflexiona sobre ese sueño y recuerda, piensa
sobre ese sueño ya despierto, insomne.
De
forma similar, en el poema “El cuchillo de la cocina”, se insiste sobre la
posibilidad de haber soñado, de haber jugado y creído en la imaginación. La
duda de haber soñado esa realidad, es más bien ese elemento oscuro que cae
fuera del dominio específico de la lógica del pensamiento discursivo. Es muy
probable que la invención poética esté jalonada por esa reflexividad del
soñante cuyas posibilidades reales de construir más allá de la conciencia
jueguen a actualizar el material soñado con los recursos de la fantasía. De eso
que Freud llamó, lo fantasmático. Por cierto que esta obsesión de Gabriel por
los fantasmático y el doble aparece reiteradamente, de muy diversas maneras, en
sus poemas y en su obra narrativa. Esto se observa de una manera muy marcada en
el poema “Los silencios del cuarto” y creemos también aparece en una versión
surrealista de ese otro poema titulado “Picasso anda por mi cuarto”,
perteneciente al libro Materias de sombra. Este poema también tiene su relación
con otro poema de Narración del doble, “Sobre la profanación acaecida en mi
pecho con la ayuda de Max Ernst o viceversa”, poema de una extraña construcción
vinculada al surrealismo y al absurdo, pero sobre todo es la urdimbre de los
elementos oníricos tratados con una precisión geométrica, la que da forma y
sentido, a lo que pareciera estar desconectado de la realidad y de aquel que sueña
sus propias construcciones psíquicas.
En
“Dibujos en el Espejo” la febril imaginación de Gabriel lo hace ir y venir por
sus registros memorialísticos y especulares. Lo familiar en la distancia, el
niño en su estremecimiento, la mujer y el mar son vistos y reflexionados a
través del espejo, de la otra orilla, de esos mundos posibles donde se realizan
todas las fantasías del poeta. El trazo sobre el espejo va dibujando
experiencias fascinantes, al igual que borra los recuerdos y el poeta piensa
sobre lo que podría suceder en el mundo visible, a pesar de que se haya
realizado en esas otras zonas del imaginario y del pensamiento poético. En los
poemas de Gabriel el otro ejecuta las acciones, el desconocido de una ciudad
cualquiera, la mujer que es hombre y el hombre mujer, la pintura que mira al
pintor y los fantasmas que cuidan al enfermo al borde de la cama. Es el doble
quien acecha y perturba. Es el doble la redención de esa conciencia que teme
perderse en la nada y la nostalgia. “Se sufre hasta el fondo donde tocamos lo
alto/ sentir pensando/ pensar viviendo/ o lo que es lo mismo/ el saturado hueco
de la nada/ por donde se acerca/ la próxima lágrima.
Ahora
nos detenemos brevemente en uno de los asuntos más inquietantes del libro Narración
del doble: los objetos. El cuchillo y el tenedor son utilizados en
estos poemas como objetos punzantes; implican siempre violencia, distorsión,
complicidad y repulsión con el
protagonista del poema. Hay un cierto morbo por ejecutar y retardar el acto
mediante el cual se desbarata, se hacer crujir, se hunde la hoja, se clava el
cuchillo, se clava el tenedor en el ojo. El revólver es otro de los objetos
ligados al acto del suicidio y la memoria. Aquel misterioso acompañante entrega
información que filtra de ese pasado que nunca abandona al soñante. La puerta
es un objeto que desconcierta, es el testimonio de una apertura: un pasó al más
allá o al más acá. No hay nada más siniestro que detenerse frente a una puerta,
tocar o llamar, y atender el eco de alguien que siempre te ha esperado, como en
algún pasaje de la obra de Kafka. En Gabriel, las puertas son de una
plasticidad adivinatoria, de una sobrenatural presencia. Las puertas
representan el punto donde el soñante debe decidir su destino.
Basta
una lectura atenta de los poemas “El cuchillo en la cocina” que no sé por qué
lo asocio en algunos pasajes al cuento “Los dientes de Raquel”, “Épica del
supermercado”, “Viejo almuerzo” y
“Página en blanco” para descubrir la rebelión de los objetos contra el hombre y
describir la alienación bajo el imperio de los templos del consumo, las grandes
superficies, los centros comerciales y supermercados. Pero es todavía necesario
que esa evidencia sea interpretada por el soñante, para convertirse en una
fantasía en los predios de la imaginación y en una fascinante crítica al
sistema de las mercancías.
“En
épica del supermercado” los objetos cobran vida. Son parlantes y terroríficos.
Se muestran independientes del resto de los usuarios que compran regularmente
productos. Un alucinante viaje a través de estantes repletos de enlatados,
frascos, consumidores con sus carros de colores, nos muestra la abigarrada
cotidianidad del consumo y la mercancía, la velocidad con que el personaje del
poema es vigilado, escucha y ve cosas fuera de lo ordinario. “…y vi que una
gran cantidad de comestibles salía a mi paso, me hacían invitaciones y me
conducían por un pasadizo donde a cada lado los ojos de los frascos me
vigilaban, los enlatados hacían crujir los dientes de manera escalofriante (…)
“Los embutidos parecían recobrar su antigua forma animal y me halaban las
mangas de la camisa”. Aunque no llega a identificarse plenamente con los
objetos, creemos que en la experiencia del supermercado entran en juego
simultáneamente las fuerzas de identificación y las fuerzas de la alienación.
Este poema de Gabriel nos parece una crítica demoledora contra la cultura del
consumo. Quizás la ironía y el humor corrosivo del personaje, nos deje al final
del poema, el dulce amargo de la venganza.
Gabriel
Jiménez Emán con los poemas de Narración del doble nos sumerge en
los sueños, y descubrimos que el acto de soñar se conduce por una lógica
intuitiva que no pierde su carácter racional contenido dentro del pensamiento
poético. Quien sueña tiene la difícil tarea de recordar y ordenar el material
onírico, que pudiera resultar en material clínico para un estudio muy
particular y lleno de extrañas sorpresas. Quien sueña se deshace de lo
accesorio y privilegia lo más sustancial. El soñante racionaliza sus sueños,
discrimina entre las infinitas combinaciones, altera los escenarios, inventa
sus historias con los residuos que la creación filtra cuando el sueño no llega
a completar su sentido. El soñante piensa los sueños en estado de vigilia, y
quizás la vigilia no sea otro sueño de otro sueño. Eso que falta, que no se
materializa en una imagen o bajo el paso elástico de una metáfora, esa Nada se
convierte en materia fecunda para el pensamiento poético de Gabriel.
Quisiera
terminar estas notas con un pasaje del poema de “Hojas sin sentido”, perteneciente
a Narración
del doble.
“Ellas recobran entonces un
sentido que no puedo comprender, sin embargo adivino que algún día alguien las
leerá y sacará de su tumulto de ideas entrecortadas alguna frase que me
nombre”.
© Julio Borromé.
Trujillo, 1970. Poeta, ensayista y promotor de la lectura. Cursó estudios de
Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Los Andes. Ha publicado los
poemarios: Tiempo de pájaros dormidos (2002);
Camisa de plumas (2004); Salmos al exilio (Premio Certamen Mayor
de las Artes y las Letras, 2006); Desnuda
te ves más alta (2007). Sus poemas aparecen en Amanecieron de bala. Antología de la joven poesía venezolana (2006)
y en el libro Corazón de Venezuela:
patria y poesía (2009). Ganador de la Bienal de Poesía Gustavo Pereira del
estado Nueva Esparta 2012.
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