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El bohemio místico baja de su casa - Por César Seco



El bohemio baja de su casa a la esquina del bar. En el trayecto se encuentra con una nube que lo abofetea, pero él se ríe. Es la realidad se dice, pero también lo más parecido al amor, ese vértigo, esa completud. La ciudad suda sus incidencias o alguien se la ha fumado varias veces mientras piensa qué hacer con su vida: si tomar el por puesto de la verdad o la mentira. El bus de la ponderación ya pasó, eligió entre ser médico o letrado, eso sabe y también, que la mujer aguarda siempre más allá del fondo de un vaso o del cristalino enganche de una botella. El bohemio arrima un bolívar a una vieja rockola que deja salir la voz de la canción eterna. Los Beatles o Julio Jaramillo. Pero la cuestión es que un jazz lento sube por sus pantalones y se deposita en lado izquierdo de su camisa sin entorpecer para nada su reloj natural. El bohemio va cifrando las palabras que mutan y transmutan sus emociones, su liarse diario con la vida, con esa otra realidad que delante de sus pasos se deforma, se truca, pero él insiste en el milagro, así ello amenace a su cordura.

El doble del bohemio es el poeta, el doble del poeta es el místico, y sabe éste que no todos los santos tienen cita con el cielo. El poeta va de esa página suya a la narración de su doble. Escucha la balada de John Donne y silba la tonada de John Lennon. El bohemio se ha curtido en esos amaneceres en que la sombra se alarga y el sueño pone la casa boca arriba. El bohemio es un pájaro que planea despierto sobre la ciudad y puede leerla en la palma de su mano, llámese Caracas, Mérida, Madrid, Barcelona, Coro o San Felipe. El bohemio conoce la bohemia municipal y la saluda porque sabe que tras cada esquina del mundo el bar es un libro abierto y porque se lo dijo su papá recién regresado de los puertos de la última bohemia. El bohemio se da a escribir su propio libro, tejido de ecos y canciones, de amores presentes y ausentes, de súbitos y aprehensiones. El poeta se despide de toda facilidad discursiva o tonito rítmico que no atienda a sus propias señales. El poeta no se fía del todo al versolibrismo, conoce el sagrado jugo de la palabra, lo tantea, lo prueba con su gusto de sibarita. Urde el poema en prosa como quien levanta su casa con los pertrechos de su memoria. La ciudad, el pueblo, los rostros indivisos del uno y del varios, la mujer, la mujer siempre, “con toda su hondura y sus volcanes” como dice el viejo Rojas; la mujer que te atiende y te entiende y te da la llave de su corazón.

Pero ahí, también y por sobre todo, el juego que trastoca ese todo, el lenguaje, la trama secreta de las palabras, ese zurcido sobre el que el místico no tiene ninguna pretensión y se calla. El bohemio, el poeta y el místico hablan un mismo lenguaje, aunque afinen su espíritu de manera distinta. El poeta siempre se atreve a más y los une en un solo ser, aunque en ello se le vaya la vida. El instrumento es el mismo tensar de esa cuerda, su resonancia y su sentido: el poeta juega con el sinsentido porque, como él, éste también existe y le pide que hable por él para mejor decir a la realidad con su imaginante metáfora.

Estas palabras han sido suscitadas por la lectura placentera del libro Balada del bohemio místico, el cual reúne la obra poética de Gabriel Jiménez Emán. Están presentes todos sus libros escritos en este género entre los años 1973 y 2006. Digo género a sabiendas que su escritura es precisamente transgenérica y va desde la misma poesía, a la narrativa, al ensayo literario, la crítica cinematográfica y musical, hasta el comentario y el artículo de opinión. Esa misma multiplicidad de géneros que frecuenta Gabriel no se suscribe a un solo modelo, más bien las fronteras entre los mismos desaparece en el continuo de una escritura que va atando sus hilos invisibles libro a libro. La poesía se ve infiltrada por la prosa y ésta se ve potenciada por la poesía o la poiesis, como seguro decían los griegos en un bar del ágora, reunidos como aquí lo estamos nosotros, sus amigos. Confieso que el libro lo leí yendo de Coro a Maracaibo mientras el paisaje pasaba raudo por la ventanilla del carro de línea que me trasladaba.

Hubo un momento en que el conductor me vio reír por el espejo y me conminó a decirle por qué reía y súbitamente me sacó de las páginas a su rostro seriamente dañado por un acné adolescente que casi lo convierte en garabato. Cosas del absurdo, es así como la realidad se comporta y nunca sabemos. Así transcurre la vida en este libro de Gabriel.

La realidad se ve trastocada por la imaginación y ésta a su vez se ve trastocada por la realidad. Todo en una suerte de juego escritural que no desestima los ecos del surrealismo y no teme el desvarío de lo absurdo. El chofer se contentó con saber qué reía de cosas que se decían adentro del libro y no afuera como él sospechaba. Menos mal, seguí leyendo hasta llegar a Maracaibo y aun estando en la sala de espera del terminal reía con mi rostro engullido por el libro. Cuando me pasaron a recoger, quienes lo hicieron me preguntaron que si estaba turbado, entonces reí con más fuerza, el libro ya se había metido conmigo, estaba algo espelucado y descompuesto, y me dije y me digo ahora para decírselos a ustedes también, cosas así suceden en este libro. Hay desdoblamientos inimaginables, pero que sabemos ciertos. Es por lo que afirmo, sin que me quede nada por dentro, que este es un libro vivo, y que como todo libro bien escrito, es peligroso para los reducidos de espíritu, para los extremadamente religiosos, y también para los fanáticos, no solamente los políticos. Ironía y burla. Asombro y lucidez. Estupor y perplejidad son su materia nutricia.

Como el poeta Ramón Palomares afirma en el pórtico, está presente aquí una poesía ganada a la experiencia, dice él: “De variadas, ricas, intensas experiencias se alimenta esta poesía expresada en un lenguaje desbordante y alegre: el escritor apasionado por el placer de su escritura y su espíritu joven se refleja y embriagan asumiendo la sabiduría del gran maestro del simbolismo, y nos regala ese telar inmenso que es el grabado de su acontecer resuelto en hermosos poemas”. Es cierto, no se escapa la vida en este ejercicio consciente del acto poético, asumido con esa verdad que la belleza proporciona. Es saber de esta manera que la voz del poeta es una voz compartida y que como siempre nos recordará Lautreámont, la poesía debiera ser hecha por todos. El pálpito de esta certeza lo encontramos desde el primer libro incluido Narración del doble, pasando por Materias de sombra, Baladas Profanas, Rapsodias urbanas, Proso estos versos, Amoroso, Historias de Nairamá hasta llegar a Balada del bohemio místico, que sirve de título.

En Historias de Nairamá el poeta llega a una sencillez luminosa que anuncia ya esa suerte de epifanía urbana con el que Gabriel cierra la balada del bohemio, balada que estamos seguros no será la última, porque allí ha logrado conjuntar todas sus visiones, las tempranas, las mayores y las más presentes, resumidas en imágenes turbias y resplandecientes unas y otras precisas, y por precisas, aterradoras, donde toda señal anecdótica se borra para dar paso a un furtivo juego de sombras, de ausencias y presencias, donde la frontera entre lo real verdadero y lo maravilloso imaginado no existe y todo se hace posible en el azogue de la poesía, de esta poesía de nuestro bohemio amigo por el que brindamos.

El Garúa, Coro, 6 de Agosto de 2010

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