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Los otros Gabriel - Por Gustavo Pereira



1

Un antiguo sabio maya soñaba con parecerse a nadie.
En su angustia, cierto día soñó que era un niño que miraba las nubes. Por no cansarse de mirarlas olvidose de las cosas del mundo y de sí mismo hasta que se sintió nube pequeña y solitaria, forma impalpable y etérea que erraba en el cielo sin orden ni concierto al amparo de los vientos del atardecer.

Era tal vez lo más parecido a nadie que hubiera podido concebir, sólo una visión, un fuero vaporoso. O un simple sueño de niño. Pero su angustia no cesaba (ni cesó, ni cesará). Porque únicamente los sabios, ciertos seres sensibles (y los niños) padecen la angustia de la alteridad.

2

Un poema de Baladas profanas (Ediciones La Oruga Luminosa, San Felipe 1993) el magnífico libro con el que Gabriel Jiménez Emán sorprendió cierto día mi lectura acostumbrada a sus narraciones breves y certeras, me hizo evocar el cuentecillo yucateco. El poema, titulado “Me obsesiona una imagen”, es según creo, en la más pura visión del orden cíclico de la vida al que los sabios mayas habían accedido, reflexión paralela del escindirse:

Me obsesiona una imagen que es muchas
es la imagen de un patio llovido
y de unas flores tímidas.
La imagen de un niño mirando las nubes
mientras un gato duerme sobre las hojas secas.
Es una vieja imagen que me sigue
cuando abro los ojos:
veo la cara húmeda del tiempo
y sueño, dentro de la hamaca,
con los inviernos rotos.
Mientras tanto
mi cuerpo cumple su destino de cuerpo
por estos arrabales, va por antiguas callejas
reconociendo fachadas en su paseo nocturno.
Entra al cine, al bar. Y bebe su ron solitario.
Tantas veces vine, tantas veces fui
buscando esa Nada, sin saberlo.

En aquel libro la realidad puede ser palpada o sentida como territorio familiar y lejano, cotidiano o fantasmal, épico y lírico. Las cosas del mundo se dicen a flor del alma, la poesía se vuelve balda envolvente que celebra la vida, se interroga sobre sí o se duele del amargo partir (“Viejo, estoy dándole/ al diapasón por ti”, le dice a nuestro amigo Baica Dávalos en su viaje postrero). En esa música interior se encuentran los otros Gabriel y los otros otros; congregados bajo la carpa del gran circo de ilusiones pasa o se juntan los desconocidos que también somos amparados por música celestial o infernal. Así, la realidad nos reinventa en una realidad que tampoco nos pertenece. O la realidad nos funda en una irrealidad que nos pertenece por completo.

3

En este nuevo libro Gabriel Jiménez Emán restaura las punzadas de las angustias compartidas de aquellos poemas y no en vano lo titula Proso estos versos. ¿Qué sino el intento de reencontrar el misterio de la inconformidad y el mismo misterio del misterio de lo humano subyace en estos relatos en donde los poemas de la segunda parte aluden a los huéspedes que pueblan la primera y desde donde acuden aquellos que se sientan con El Cónsul en un café ginebrino a orillas de un lago brumoso cercano a la Torre de Timón, o se duelen de la pobre Inspiración, o balbucean lo melancólico de lo perdido, o parten a la gran aventura del Corazón con una lágrima intangible?

Dibujos en el espejo”, el poema que abre la segunda parte del libro, nos devuelve a la soñada transmutación del cuentecillo maya, sólo que esta vez quien sueña vive en su semejante cotidiano: padre, mujer, libro, espejo mismo. “Si un padre/ o una madre / nos piensan de madrugada / allá atrás / en el lejano pueblo / y nosotros aquí / despiertos de este lado / entonces podría pensarse / en que algo / alguna vez / iba a nacer”, escribe en Madrugada.

Proso estos versos es el libro de un querido amigo y gran narrador para quien la poesía es el misterio del ser compartido, o para decirlo en sus palabras “una voz compuesta por los interminables ecos del mundo”. Saludo en él la palabra que nos permite reconciliar los tañidos de lo radiante con la incierta penumbra de aquel que quiso ser nadie.

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© Gabriel Jiménez Emán, 2019 | Edición y montaje: Ennio Tucci | Diseño base: Templateism (© 2014)

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